jueves, 9 de febrero de 2017

Ni rencor por el pasado, ni temor por el Porvenir


La Historia de la nación mexicana es una, indivisible, sin saltos o periodos, es un fluir continuo de individuos que nacen, actúan, se reproducen y mueren dentro de una nación que permanece en el tiempo; nadie puede borrar a capricho sucesos o etapas que a lo largo de los siglos conformaron al país actual. El Porfiriato, 1877-1911, es una porción del pasado reciente que modeló en mucho al México de hoy y que por ello merece ser estudiado como se hace con cualesquiera otras porciones de nuestra Historia, pero debemos hacerlo sin rencores, sin odios, puesto que los mexicanos de entonces fueron seres como nosotros y sus genes corren por nuestras venas. ¡También ellos creyeron vivir en la cumbre de la modernidad y la tecnología!

Porfirio Díaz debe regresar a México

Apenas habían transcurrido unos cuantos años de la muerte del general Porfirio Díaz (2-jul-1915) y ya aparecían en la ciudad de México publicaciones para rememorar el aniversario luctuoso del patricio. Acaso haya sido el arqueólogo Leopoldo Batres el primero en expresar públicamente,en 1919, el deseo de que los restos del general fueran traídos a México. Cosa por demás imposible entonces pues apenas iniciaba la campaña de satanización despiadada en contra del gobernante caído, misma que ha durado casi un siglo pues todavía hoy, historiadores que desean hacerse gratos al régimen gobernante, se prestan para filmar videoclips en los que denuestan con verdadera violencia la memoria del héroe de la patria.
En los archivos del Cehipo existe un expediente dedicado al retorno de don Porfirio a México; por ellos es posible enterarse de los diversos intentos que a lo largo del tiempo se han hecho para cumplir ese deseo, aunque la ocasión en que pareció posible realizarlo, fue durante el gobierno del Lic. Gustavo Díaz Ordaz, quien, por descender de la misma familia, se supuso que pondría interés en facilitar las cosas para traer a su pariente. Sin embargo no fue así y don Porfirio continúa paciente en el cementerio de Montparnasse de París a la espera de que finalmente los mexicanos reconozcan sus aciertos y disculpen sus yerros para que sus huesos puedan volver a la patria.
Yo tuve oportunidad de conocer y colaborar con uno de esos soñadores: don Morelos Rivero, caballero pulcro e inteligente, quien había dedicado los esfuerzos de medio siglo a estudiar la vida del caudillo oaxaqueño y además de reunir una estupenda biblioteca sobre el tema, había editado de su peculio numerosos folletos y desplegados cuyo objetivo era invariable: convencer a las autoridades de la injusticia que cometían al tener olvidados los restos de Díaz. Durante un tiempo fui su auxiliar y de él aprendí muchos aspectos de la historia porfiriana.
En el año de la muerte de Rivero, 1977, edité un folleto con el que además de recoger la bandera de la repatriación que él había sostenido por más de medio siglo, le rendí un emocionado recuerdo y a partir de entonces, sintiendo que había recibido de sus manos la estafeta, me propuse trabajar por el objetivo que él había perseguido por tantos años, pero convencido de que el éxito sólo podría venir con una infraestructura que permitiera un estudio amplio de la época y sembrara en las nuevas generaciones de historiadores el deseo de investigar el Porfiriato, época que por entonces era prácticamente vetada por las instituciones académicas, donde se consideraba que todo se había dicho y nada nuevo podría encontrarse.
Desde entonces principié el estudio sistemático del periodo 1877-1911 y cuando fue posible me rodee de jóvenes historiadores y funde el Centro de Estudios Históricos del Porfiriato que poco a poco fue adquiriendo material bibliohemerográfico y fotográfico. Principiamos a editar una revista muy rústica que fue creciendo en calidad y número de páginas; gracias a la desinteresada colaboración de numerosos profesionales de la Historia, logramos editar, sin ningún apoyo oficial, excepto los anuncios que eventualmente obteníamos, 56 números en los que se expusieron ángulos nuevos y se exploraron campos hasta entonces relegados. El Centro de Estudios tuvo un largo periodo de actividad en el que se impartieron cursos y conferencias, se realizaron Coloquios y exposiciones, etcétera, siempre procurando ahondar más en los temas porfirianos.
Con el tiempo he comprendido la enorme carga política que ha enfrentado el tema de la traída de los restos del general Díaz, y las razones por la cual los distintos gobiernos de México sistemáticamente se han negado a siquiera considerar el asunto. Mucho de esos conocimientos los he dejado escritos en mis libros de tema porfiriano, entre los que destacan el Diccionario del Porfiriato y una amplia biografía del general Porfirio Díaz.
Finalmente he redactado y editado el libro La Invención de un Villano, en el que hago resumen de las diversas reelecciones del caudillo y analizo aspectos hasta ahora no dichos que dejan claro que en gran parte la prolongada permanencia de Díaz en la presidencia de la República, sobra decirlo, la ambición de poder del propio presidente, pero tolerada con beneplácito por el pueblo de México que veía lo útil que era para el país la estadía de ese hombre en el gobierno, valorando, además, que procedía con justicia, honestidad y ardiente patriotismo en favor del país.
Desgastado por el esfuerzo de cuarenta años de trabajo, pero aún entusiasta y creyendo que hay una gran injusticia en el olvido que el pueblo de México tiene al general Díaz, he decidido dedicar mis últimas energías a entusiasmar a mi pueblo para combatir las mentiras históricas con que los gobiernos emanados de la lucha de 1910 nos han adoctrinado a fin de despertar odio, injustificado a todas luces, contra un mexicano que derramó su sangre en defensa de nuestra nacionalidad y luego trabajó intensamente para hacer de México una nación fuerte y poderosa, pero sin omitir, por supuesto, los errores y las fallas que tuvo como todo ser humano.
No sé cuánto pueda avanzar en el nuevo camino que me propongo seguir, pero tengo esperanzas en que haya alguien que recoja la bandera que de mis manos caiga, y convencido de lo indispensable que es la reconciliación del pueblo mexicano con su Historia y el combatirla corrupción que los gobiernos hacen de nuestra Historia para adaptarla a sus fines y beneficios, ponga todo su corazón de mexicano hasta que la razón triunfe y la justicia resplandezca.

Ricardo Andrés Orozco Ríos